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Esta cooperación regional en la diversidad da cuenta de un aprendizaje y de una madurez política que han alcanzado los países latinoamericanos, que además deja de lado la integración europea como referente único del regionalismo.
Publicado por Portafolio.co, Colombia
Por Germán Camilo Prieto, Miembro de Redintercol
Bogotá, 13 de noviembre de 2014.- El cambio en el regionalismo de América Latina debe verse como una oportunidad para adelantar la cooperación de manera diferente. En lugar de depender de consensos ideológicos y de exigir grandes cesiones de soberanía, los países persiguen sus objetivos con diferentes esquemas.
En contravía de lo que han señalado varios críticos que insisten en un enfrentamiento entre ambos proyectos regionales, el pasado primero de noviembre se reunieron en Cartagena los cancilleres de los países miembros de la Alianza del Pacífico (AP) y de MERCOSUR con el propósito de iniciar un acercamiento entre estos dos bloques regionales.
Fundamentalmente impulsado por Chile y Brasil, este acercamiento tiene como finalidad acelerar la liberalización comercial establecida por el acuerdo de libre comercio CAN-MERCOSUR+Chile (2004) y prevista para completarse en 2019 (lo que queda pendiente son sobre todo productos agrícolas), así como encontrar complementariedades y sinergias no necesariamente comerciales entre ambos proyectos regionales.
El próximo 24 de noviembre se celebrará otra reunión en Santiago de Chile para continuar el proceso de acercamiento.
Además de contrarrestar las críticas que los enfrentan, llama la atención que el acercamiento entre la AP y el MERCOSUR se produce al tiempo que se mantienen otros proyectos regionales como la UNASUR, la Comunidad Andina (CAN) y la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
Nunca antes se había producido en América Latina la simultaneidad de proyectos regionales donde los Estados fuesen miembros de varios proyectos que comparten algunos objetivos, pero con medios distintos y diferentes niveles de compromiso. En contraste a los proyectos regionales de las dos primeras olas de regionalismo de los años 60-70 y de los 90, esta tercera ola de regionalismo de comienzos del siglo XXI muestra a los Estados cooperando en esquemas diversos sin que todos compartan un mismo modelo de desarrollo.
Esta cooperación regional en la diversidad da cuenta de un aprendizaje y de una madurez política que han alcanzado los países latinoamericanos, que además deja de lado la integración europea como referente único del regionalismo. El mayor ejemplo de esto es la UNASUR, una organización que aparte de los avances realizados en materia de defensa y seguridad a través del Consejo de Defensa Suramericano, en materia de infraestructura y energía a través de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), y del intercambio técnico que se produce al interior de sus 12 Consejos Ministeriales, se ha constituido en un foro político que ha servido para respaldar los órdenes institucionales de sus miembros y para resolver tensiones entre ellos.
Este ejercicio de cooperación regional no ha requerido la cesión de soberanía por parte de ninguno de sus miembros, ni un consenso ideológico sobre un mismo modelo de desarrollo.
Por otra parte, hemos visto cómo la CAN, el MERCOSUR y el Sistema de Integración Centroamericano (SICA) han mantenido la cooperación en temas ambientales, laborales y sociales, al tiempo que han abierto espacio para que el comercio de sus miembros sea conducido de manera más autónoma y diversificada (esto último con excepción del MERCOSUR, aunque bajo presión).
Así, la CAN y el SICA han desistido de completar uniones aduaneras, permitiendo a sus miembros firmar acuerdos de libre comercio con terceros, incluyendo la firma de TLC con EE.UU.
Al no compartir la doctrina del libre comercio, algunos países han optado por un esquema alternativo de cooperación regional como es la ALBA, e incluso los suramericanos de la ALBA han ido incorporándose al MERCOSUR, que mantiene una unión aduanera llena de excepciones (lo que evita la necesidad de un estricto compromiso comercial). Y los países que se han mantenido fieles al neoliberalismo, se han comprometido con la AP como esquema regional de profundización de liberalización económica y comercial.
Esta diversificación del regionalismo en América Latina debe verse como una oportunidad para adelantar la cooperación regional de manera diferente. En lugar de depender de consensos ideológicos y de exigir grandes cesiones de soberanía a organismos de integración, los países latinoamericanos tienen hoy la opción de perseguir diferentes objetivos a través de diferentes esquemas regionales, donde el escaso grado de cesión de soberanía los hace más flexibles, y por ende menos contradictorios.
El acercamiento entre la AP y el MERCOSUR da cuenta de ello. La diversificación de la cooperación regional puede conducir a la conformación de complejos de gobernanza regional latinoamericanos (un nuevo concepto introducido por Detlef Nolte) que permita a los países obtener mayores logros que los ambiciosos y complejos esquemas de integración de décadas anteriores. Si bien existe el riesgo de que aspirar a menos puede resultar en obtener menos, la cooperación en la diversidad da cuenta de un aprendizaje por parte de los Estados de que no somos lo mismo ni somos iguales, y es un camino que Latinoamérica aún no ha explorado.