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Está en el propio interés de los países latinoamericanos adoptar iniciativas internacionales vigorosas para enfrentar los problemas económicos, sociales y ambientales de la agenda internacional, y Europa es su mejor alianza en estas materias.
Publicado por La-Razon.com, Bolivia
Por Horst Grebe
La Paz, 22 de junio de 2015.- Como era de esperar, muy pocos han sido los resultados concretos de la Cumbre Unión Europea-CELAC, celebrada el 10 y el 11 de junio en Bruselas.
A pesar de las desiguales capacidades institucionales y de las grandes disparidades en cuanto al nivel de desarrollo de sus países miembros, los 61 países representados en dicho encuentro representan cerca de un tercio de los miembros de las Naciones Unidas, y ciertamente el grupo con mayores posibilidades de negociar y concertar posiciones comunes en los principales temas de la agenda global. Los lazos históricos, las afinidades culturales y una serie de valores comunes existentes entre ambas regiones no están presentes de la misma manera entre otras regiones, y tal circunstancia debería proporcionar el soporte primordial para un esfuerzo común en pos de la reforma del sistema internacional.
Cabe recordar además que el proceso de integración en América Latina adoptó el modelo seguido por Europa, tanto por los objetivos visualizados como por las etapas previstas para avanzar desde una zona de libre comercio, luego una unión aduanera y al final una comunidad económica plena. Como es sabido, la integración económica busca constituir un mercado ampliado con escalas de producción que faciliten el despliegue de las tecnologías más modernas, articular la infraestructura del transporte y las facilidades portuarias y, como objetivo geopolítico relevante, mejorar sustancialmente la capacidad negociadora frente a otros países y zonas económicas.
A la luz de las circunstancias concretas del presente, todo lo anterior suena como una teoría pasada de moda. Sin arquitecturas institucionales complejas, las economías asiáticas están avanzando mucho más rápido que cualquier otra región del mundo en la creación de mecanismos de cooperación económica, tecnológica y financiera; además de haber construido en las décadas pasadas las plataformas de producción y las capacidades portuarias más grandes y modernas del planeta.
Esto explica en gran medida el hecho de que la cuenca Asia-Pacífico haya adquirido la preeminencia que ahora tiene en materia de flujos de comercio, financiamiento y tecnología.
Por otra parte, las economías asiáticas combinan las enormes dimensiones de sus mercados con tasas de crecimiento más elevadas que cualquier otra zona económica y, lo que es más relevante, con una paulatina convergencia en sus niveles de desarrollo. Frente a eso, los países latinoamericanos se caracterizan por una brecha creciente entre ellos, sea que se mida el ingreso por habitante, el tamaño absoluto de sus economías o el volumen de su comercio exterior, cuyo componente intrarregional es considerablemente menor al de sus relaciones extrarregionales.
Siendo evidente que la tendencia del sistema económico internacional consiste en la conformación de grandes espacios de circulación de bienes, capitales y tecnología, tales como el Foro de Cooperación Asia-Pacífico, el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica o la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (APEC, TPP y TTIP, respectivamente, por sus siglas en inglés), también es cierto que este tipo de iniciativas de liberalización comercial y de las inversiones contrasta con la flagrante incapacidad de sus países integrantes para adoptar soluciones efectivas a los crecientes problemas humanitarios de las migraciones o a los efectos inocultables del cambio climático, entre otros.
Está en el propio interés de los países latinoamericanos adoptar iniciativas internacionales vigorosas para enfrentar los problemas económicos, sociales y ambientales de la agenda internacional, y Europa es su mejor alianza en estas materias. No se tendrían que dejar pasar las oportunidades como ha ocurrido en Bruselas.